Desde 1917, en Argentina, cada 12 de octubre recordábamos el “Día de la Hispanidad” por decreto del entonces presidente Hipólito Yrigoyen. Hasta casi el año 2000, en las escuelas, se conmemoraba a los españoles que habían llegado a América y se hablaba del “encuentro de dos mundos” en los libros escolares.
En 2007, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), presentó un proyecto para cambiar la denominación de esa fecha ya que el concepto de raza carece de validez (toda persona pertenece al género homo sapiens) y su utilización sólo favorece reivindicaciones racistas. Desde 2010, por decreto presidencial, se conmemora el “Día de la Diversidad Cultural Americana”.
En Nicaragua y Venezuela, el 12 de octubre la celebración oficial corresponde al “Día de la Resistencia Indígena” a partir de 2007 y 2002 respectivamente. En Navarra (España) también se conmemora el “Día de la Resistencia Indígena”.
El 12 de octubre es un día de reflexión. Así, para citar a un investigador de las ciencias sociales, Aníbal Quijano, en la conferencia “América Latina en la economía mundial” de 1993, organizada por la UNESCO, analiza la reconcentración de recursos mundiales bajo control de una élite establecida en los países centrales y destaca las consecuencias de esto para América Latina en la década de los 80, donde perdió más de la mitad de sus ahorros, bajo servicios de deuda, fuga de capitales y pagos.
Y luego se pregunta ¿Por qué América Latina y no por ejemplo, Japón o Suecia? El autor sostiene que la respuesta se encuentra en el fraccionado tejido social de los estados americanos.
La “colonialidad del poder”, es decir, la clasificación racial de la población, impidió que las élites “blancas” tuvieran un mínimo sentido de co-pertenencia nacional junto a las poblaciones “indias” y “negras” de esta manera la distribución mundial de recursos entre la posguerra y mediado de los 70, se hizo en Latinoamérica no en beneficio de toda la población, sino de su élites y parcialmente de los trabajadores “blancos” en lealtad de los sectores dominantes.
De los “indios amigos” en las fronteras al genocidio
Esta idea de colonialidad del poder se ve reflejado en el período de la formación del estado nacional, bajo las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda 1862-1880 en la Provincia de Buenos Aires, más concretamente en Azul, ya que a lo largo del siglo XIX fue una de las localidades de frontera más estratégicas, según investigaciones de Sol Lanteri “una verdadera isla en el nuevo sur”.
Esta investigadora sostiene que desde 1830, durante la gobernación de Rosas, la política indígena de territorialización de “indígenas amigos en las fronteras”, fue paralela, en esta zona, a una política de donaciones de suerte de estancias a la población criolla, que favoreció la creación de una estructura agraria basada en pequeñas y medianas explotaciones, en contraste con las grandes extensiones que asumieron en general las concesiones en el resto de la provincia.
Esta política se vinculaba a la intensa actividad comercial posibilitada por la presencia de la población indígena y por la particular posición geopolítica de la localidad de Azul y Tapalqué (asiento de los indígenas Catriel y Cachul) como centro de negociación y abastecimiento con los indios salineros, liderados por Calfulcurá.
Esta situación continuó con algunas interrupciones provocadas por la suspensión del “negocio pacífico de indios ” y el avance de la frontera por parte de los gobernantes del Estado de Buenos Aires, separado de la Confederación Argentina, y luego solucionado con un nuevo trato con Juan Catriel, quien siempre mantuvo una autoridad de consenso con las poblaciones indígenas. La situación cambió a la muerte de Juan Catriel en 1866.
La elección en el Parlamento Indígena de Cipriano Catriel, implicó un cambio significativo, ya que a través de este cacique los comandantes de frontera lograron incrementar las prestaciones militares de los aborígenes y extendieron la penalización de los delitos y el ejercicio de la justicia estatal sobre ellos.
Esta militarización de los “indios amigos” y el nuevo tratado firmado en 1870 por Catriel y el comandante que reemplazó a Rivas (ya que este estaba en la guerra del Paraguay) prohibía los parlamentos indígenas, obligando a estas poblaciones, bajo pena de caer en “rebeldía” con el gobierno, a obedecer a Cipriano como autoridad máxima lo que significó un eslabón más de la militarización.
Según crónicas de la época, Cipriano era un sujeto “hermoso y arrogante”. Llegó a tener casa de material con grandes ventanales, dormía entre sábanas y poseía cuenta bancaria.
En 1872 el cacique araucano Calfucurá organizó una Confederación de Tribus y lanzó una gran ofensiva contra los hombres blancos. Catriel, que estaba identificado con los cristianos, ya sea por convicción o por conveniencia, no dudó en sumarse a las fuerzas del general Ignacio Rivas para atacar a Calfucurá.
Hay documentos que cuentan que hizo fusilar a quienes se negaban a pelear contra su propia gente y que combatió en primera fila, jugándose la vida. En esta batalla, conocida como Batalla de Pichi-Carhué (o de San Carlos), librada el 8 de marzo de 1872 en cercanías del fuerte San Carlos (Bolívar), las tropas nacionales contaron con 800 lanceros de Catriel para enfrentar la invasión de Calfulcurá y sus aliados en abierta resistencia a los avances planificados en las fronteras.
Cipriano Catriel juzgado por “traición” y fusilamiento
El 18 de Noviembre de 1874, las tropas al mando del Comandante Hilario Lagos, apresaron al cacique Cipriano Catriel.
Aunque, las relaciones entre el gobierno y Catriel continuaron en buenos términos, en 1874 Bartolomé Mitre inició una revolución contra el electo Nicolás Avellaneda, alegando fraude electoral. Cipriano Catriel se alió con los hombres de Mitre, y su hermano Juan José con el gobierno.
La revolución fue derrotada y Mitre perdonado poco después, pero Catriel fue entregado a su hermano, con quien el odio los separaba. Traicionado por los blancos y juzgado por traidor, enfrentó así a la tribu: “Atropellen y no vayan a errar porque si vuelvo a tomar el mando, los haré fusilar”.
Cientos de lanzas se clavaron en su cuerpo en el de su secretario y lenguaraz oficial de las pampas, Santiago Avendaño. Posteriormente, Juan José firmó un pacto con los vencedores. Pero entre las cláusulas, debían abandonar sus posesiones en Azul y Olavarría, y marchar más allá de los límites patagónicos. La suerte estuvo echada.
De la mano de los hermanos Campos y del alsinismo, se descabezaron las comandancias de fronteras. Llegó la modernización y apareció Julio Argentino Roca, después de algunos años de desarrollar la zanja de Alsina. De esta manera se llegaría a concretar, en los años siguientes la extensión de la frontera hacia el Río Negro, decidida por la ley 215, sancionada en 1867, durante el transcurso de la Guerra del Paraguay (1864-1870).
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