Por: Julian Eyzaguirre
Ni estudiar, ni trabajar. Falta de perspectiva futura en un mundo en constante cambio donde el trabajo es una variable que marca el nuevo paradigma de la revolución digital. Desigualdad creciente y brecha de género. ¿Cuál es el horizonte laboral que les espera a las y los jóvenes en este mundo tan revolucionado por las nuevas tecnologías y con un sistema económico que ha modificado su lógica de acumulación y reproducción?
El futuro laboral de los jóvenes del mundo se presenta con luces y sombras. Aunque en los últimos cuatro años ha habido mejoras significativas en las tasas de empleo juvenil, los desafíos persisten, especialmente para las poblaciones más vulnerables. Recientemente, el recurrente informe “Tendencias Mundiales del Empleo Juvenil 2024” de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) destaca tanto los avances como los obstáculos que enfrentan los jóvenes en su transición al mundo laboral.
La OIT pone de relieve cuatro grandes áreas que requieren atención urgente: la alta tasa de «ninis» (jóvenes que no estudian ni trabajan), la persistente desigualdad de género, el impacto de la tecnología y la inteligencia artificial en la creación o desaparición de empleos, y el efecto negativo en la salud mental de los jóvenes, que puede derivar en la adopción de posturas extremistas. Estas áreas no solo afectan las oportunidades laborales, sino que también generan una mayor incertidumbre sobre el futuro de los jóvenes en un mundo cada vez más volátil.
Uno de los puntos más preocupantes del informe es la elevada tasa de jóvenes que no estudian, no trabajan y tampoco reciben formación, comúnmente conocidos como «ninis» (NEET, por sus siglas en inglés). Según la OIT, en 2023, uno de cada cinco jóvenes en el mundo (20.4%) pertenecía a este grupo. De ellos, dos tercios eran mujeres, lo que revela una preocupante disparidad de género (más adelante abordaremos este tema en profundidad).
¿Quiénes son los «ninis»? Este grupo está compuesto por jóvenes de entre 15 y 24 años que se encuentran en una situación de vulnerabilidad económica y social. En muchos casos, estos jóvenes provienen de entornos con escasas oportunidades educativas y laborales, lo que les dificulta adquirir las habilidades necesarias para entrar en el mercado de trabajo formal.
Los «ninis» enfrentan múltiples barreras, entre ellas, la falta de acceso a educación de calidad o a programas de formación técnica y profesional. En segundo lugar, muchos de ellos viven en regiones donde la informalidad laboral es predominante, lo que limita sus opciones para obtener empleos decentes. Y finalmente, la discriminación de género, raza o situación económica añade capas adicionales de dificultad para quienes buscan una oportunidad.
El crecimiento de los «ninis» no solo representa un problema económico para los países, sino que también genera un impacto social significativo. Jóvenes que no logran integrarse al mercado laboral o al sistema educativo están más expuestos a la exclusión social y a la marginación, lo que puede llevar a otros problemas más graves, como el aumento de la delincuencia o el debilitamiento del tejido social.
La desigualdad de género sigue siendo un obstáculo persistente en el mercado laboral juvenil, y los datos del informe son claros al respecto. En 2023, la tasa de desempleo juvenil de las mujeres fue del 12.9%, casi igualando a la de los hombres jóvenes (13%). Sin embargo, esta aparente paridad oculta diferencias mucho más profundas en la estructura del empleo.
Una de las disparidades más alarmantes es la tasa mundial de «ninis». Según el informe, la tasa de mujeres jóvenes en esta categoría fue del 28.1%, más del doble que la de los hombres jóvenes, que fue del 13.1%. Esta desigualdad refleja las barreras estructurales que enfrentan las mujeres en su acceso a la educación y el empleo. Además de las responsabilidades de cuidado que recaen desproporcionadamente sobre ellas, las mujeres jóvenes enfrentan prejuicios en el mercado laboral y una menor oferta de empleos de calidad.
El informe resalta también que las mujeres jóvenes, incluso cuando logran acceder a un empleo, tienen más probabilidades de estar en trabajos informales, mal remunerados y sin beneficios sociales. Esta brecha en la calidad del empleo perpetúa la desigualdad de género a lo largo de toda la vida laboral, y es un problema que, si no se aborda, seguirá afectando a generaciones futuras.
Por otra parte, tenemos a la digitalización y la inteligencia artificial (IA) que están transformando el mundo del trabajo a una velocidad sin precedentes. Aunque estas tecnologías presentan oportunidades, también conllevan riesgos significativos, especialmente para los jóvenes que están entrando al mercado laboral.
El informe de la OIT advierte que la modernización de los sectores tradicionales a través de la IA y la tecnología no ha sido suficiente para generar empleos de alta cualificación para los jóvenes, particularmente en los países de ingresos medios y bajos. En cambio, la automatización amenaza con reemplazar una parte significativa de los trabajos que tradicionalmente han sido ocupados por jóvenes, como los empleos en sectores manufactureros o de servicios. Sin embargo, es inminente la importancia de adquirir conocimientos y la formación continua en el uso de las nuevas herramientas tecnológicas para adaptarse al marco de posibilidades que brinda la IA y evitar caer en obsolescencia.
Un estudio reciente predice que, en las próximas décadas, alrededor del 40% de los empleos actuales podrían automatizarse. Esto afectará principalmente a los jóvenes que no tienen las habilidades necesarias para adaptarse a los nuevos roles impulsados por la tecnología. Los jóvenes de países en desarrollo, donde la transición tecnológica es más lenta, corren un riesgo aún mayor de quedar rezagados.
Para mitigar estos riesgos, el informe insiste en la importancia de invertir en la formación de competencias digitales y ecológicas. El desarrollo de habilidades tecnológicas debe ir de la mano con políticas públicas que protejan a los trabajadores jóvenes del impacto negativo de la automatización. De lo contrario, el avance tecnológico podría profundizar las desigualdades ya existentes. En este sentido, el rol de los Estados de la región en materia educativa es crucial (aunque actualmente sea una asignatura pendiente).
El impacto de la precariedad laboral no es solo económico. Los jóvenes de hoy en día son también los más formados de la historia, pero paradójicamente, enfrentan una creciente ansiedad por su futuro. La falta de oportunidades laborales decentes y la incertidumbre económica han generado una crisis de salud mental entre los jóvenes, quienes se sienten inseguros sobre su capacidad para construir un futuro estable.
El informe de la OIT señala que muchos jóvenes experimentan una ansiedad creciente debido a la falta de trabajo decente, lo que los lleva a sentirse desconectados y desmotivados. Esta ansiedad no solo afecta su bienestar personal, sino que también puede empujarlos hacia posturas extremas. En un contexto de crisis y desempleo, algunos jóvenes pueden ser susceptibles a la influencia de discursos de odio y a ideologías extremistas que prometen soluciones rápidas y radicales a sus problemas.
Movimientos políticos contemporáneos, recargados de discursos de odio, han ganado terreno en diversas partes del mundo, capitalizando la frustración y el descontento de una generación que siente que no tiene un lugar en el futuro económico. En muchos casos, estos discursos ofrecen una salida a la frustración juvenil, canalizando su descontento hacia la culpa de «otros», ya sean inmigrantes, minorías o el propio Estado. El riesgo de esta polarización hace más difícil el abordaje del problema, ya que no sólo afecta la propia salud mental de las personas, sino que también quiebra su vinculación con las instituciones que debieran darle una respuesta a sus necesidades.
Los jóvenes que no estudian ni trabajan, la desigualdad de género, el impacto de la tecnología en los empleos y la crisis de salud mental son problemas interconectados que deben abordarse principalmente desde un actor: el Estado. La respuesta a estas problemáticas son un asunto público que merece iniciativa y acción a partir de la combinación de políticas laborales, educativas, sanitarias y sociales. Sin embargo, de esto también debe desprenderse la responsabilidad y acción por parte de empleadores, organizaciones e instituciones privadas, que conjuntamente promulguen la creación de entornos que permitan el acceso a empleos decentes y la construcción de futuros prósperos tanto para los jóvenes como la comunidad en su conjunto. “El trabajo decente para los jóvenes está en el centro de la estabilidad, la inclusión y la justicia social”, frente a esto la salida no es unidireccional ni individual, sino multidimensional y colectiva.