Hace días atrás diarios nacionales de importante órbita a nivel nacional e internacional publicaron notas sobre Ricardo Merlo, quien fuera electo Senador de la República de Italia por la circunscripción exterior. Es decir votado por lo italianos residentes fuera de Italia. Italianos que no necesariamente hayan nacido en Italia, sino que tengan formalmente la ciudadanía por descendencia.
Los diarios lo publicaron como “un logro” desde los ojos de quien ve un triunfo argentino como ganar un premio Grand Slam, o que una argentina acceda a ser consorte de una Casa Real europea como Máxima en Holanda. Lo cierto es que no.
Ante todo ¿por qué acceden argentinos o latinoamericanos a cargos en el parlamento italiano?
Los ciudadanos italianos residentes en el exterior siempre tuvieron el derecho al voto de elecciones o referéndums que el gobierno italiano generaba. Luego de situaciones de modificatorias que lograron que los italianos en el exterior pudieran votar sin tener la necesidad de volver a su comuna de origen a ejercer el derecho político, llegó la hora de que los extranjeros también puedan elegir sus propios representantes fuera de la península pero con voz y voto dentro del Parlamento en Roma.
Tal es así que en el año 2003 por primera vez los italianos accedieron a votar desde sus países de residencia el primer Referendum y desde el 2006 eligieron a sus propios representantes en ambas cámaras del parlamento republicano.
En la división de secciones en el mundo, la Argentina como Brasil y Perú -donde se encuentra la mayor cantidad de colectividades en número- pertenecen a lo que se llama la América Meriodional; que contiene un electorado de un millón casi seiscientos mil personas, algo así como el distrito de La Matanza a la hora de hablar de elecciones argentinas.
Por este motivo y según los porcentajes, esta sección en el mundo elige a cuatro diputados y dos senadores. Siendo, luego del resto de los países europeos donde hay colectividades italianas, el segundo territorio de mayor cantidad de parlamentarios a elegir.
Por estas elecciones han desfilado personajes como Iliana Calabró, Gino Renni, y otros como Claudio Zin que fue electo Senador para el Parlamento Italiano y que ocupó su banca durante casi 5 años, pues asumió su cargo el 7 de marzo de 2013 y finalizó su período hace semanas atrás cuando Ricardo Merlo, otrora Diputado italiano, se cambió de cámara.
Claudio Zin, evitando ahondar en su biografía, fue Ministro de Salud en la gestión de Daniel Scioli, un egresado de la UBA y nacido en Italia. Este personaje mediático que usualmente veíamos en canales de televisión dando consejos sobre salud como en Canal 9, o C5N, gozó de un sueldo mensual como Senador que supera los catorce mil euros (según fuente informativa money.it)
Lo mismo es el caso de nuestro “orgullo nacional” Ricardo Merlo, el hombre al que muchos argentinos le escriben correos tanto a él como a su secretaria Antonella Rega y no contestan ninguno, ni por vías oficiales, ni por redes sociales. El ex Diputado y actual Senador con cargo trasladado a la Cancillería italiana, percibió un sueldo superior a los trece mil euros, desde la misma fecha que el sciolista Zin.
Dentro del mismo movimiento también se encuentra el cordobés Mario Borghese. Un médico argentino egresado de una de las universidades más prestigiosas del país, que cuando se pronuncia en el parlamento tiene una suerte de acento extraño para los demás parlamentarios que lo escuchan, ya que mezcla el carente italiano neutro que posee con su acento típico del corazón de la Argentina.
El problema no es cuánto ganan, o cómo lo obtienen. El problema reside en que este tema de las elecciones en el exterior no llega materializado a las colectividades en el extranjero. No se arbitran gestiones para la obtención de ciudadanías; no se ayuda subsidiariamente a las decenas de centros de italianos, pequeñas colectividades e instituciones que cierran sus puertas por no poder sostener al menos los recursos básicos. Tampoco existió en todo este tiempo un aporte, lejos de lo económico, gerencial a la hora de promocionar la lengua y la cultura italiana. El mismísimo Matarella (Presidente de Italia) llegó en visita oficial al país y se comprometió a ello, pero ni este gobierno ni mucho menos nuestros parlamentarios italianos hicieron algo.
Ciudades como Mar del Plata, por ejemplo, aun no cuentan con formación docente en lengua italiana; sus instituciones cierran, y el único aporte que tienen los colegios que brindan el idioma del Dante es de las pobres colectividades y del gobierno italiano que de vez en cuando se acuerda de sus conciudadanos en el exterior. Aquí tampoco nuestros parlamentarios se hacen presentes.
El problema, insisto, no es que Merlo, o Borghese, o Zin, o sus candidatos, no contesten mails, o llamados, o reciban propuestas desinteresadas de los ciudadanos que los votaron y ellos estén preocupados en los otros partidos o en cómo financiar sus pautas publicitarias; el problema es que al igual que en la Argentina se siguen manteniendo cuevas de poder y de flujo de dinero (que en pesos esos sueldos a fecha de hoy representan casi medio millón de pesos mensuales) sin control y lo peor con una cierta promoción de “orgullo”.
Esta redacción, victima también de los silencios de los parlamentarios, jamás leyó noticias de índole concreta por parte de los elegidos por los ciudadanos en el exterior. Ninguna. Hoy Ricardo Merlo ocupa un cargo de relevancia en el gobierno italiano más polémico del siglo XXI; la visión de derecha de Conte y su política delicada en relación a los inmigrantes tan cuestionada en el mundo, hace muy difícil de comprender el marco en el cual tengamos que sentirnos contentos de que un argentino se encuentre ahí.
Eugenio Cambaceres escribió una novela llamada En la Sangre (1887) en el esplendor de la generación del 80 del siglo XIX argentino. En ella cuenta la historia de Genaro, el hijo de un inmigrante italiano que encontró siempre la vuelta para vivir de la fantasía elucubrada. Claro está que esta literatura es previa a la de Florencio Sanchez y “Mi hijo el dottor” (1903) , o la de Borges y el Aleph (1945), pero como comenzamos, el problema no es la italianidad, pues ella sigue y sigue, el problema es con cuál de estas literaturas nos identificamos, a quienes interpelamos, a quienes les exigimos, y quienes nos toman como objeto de reclamo cuando vienen a pedirnos el voto.
Por: Abril Radven (Desde Roma, Italia)