Fue pionero en la agroecología y su ejemplo animó a cientos de productores: “No conozco a nadie que se haya arrepentido”
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Juan Kiehr y su campo “La Aurora” de Benito Juárez son uno de los máximos referentes de la agroecología en la provincia de Buenos Aires y Argentina. Juan “abrazó” este modelo en los ’90 y su ejemplo sirvió para que cientos de agricultores se animaran a pegar el salto hacia la producción sin agroquímicos. Ahora que este modelo crece, muchos reconocen a este hombre de casi 80 años como un verdadero precursor.
Por: Martín Mazzoleni
Juan heredó un campo familiar que por sus características siempre mixturó la producción agrícola con la ganadera. A principios de los 90, cuando iniciaba el proceso de la sojización, conoció a Eduardo Cerdá, uno de los máximos referentes académicos de la agroecología que actualmente encabeza la reciente dirección nacional creada para fomentar este modelo.
“Cuando empecé a ver este modelo lo abrace con gran convencimiento porque nunca me gustó aplicar veneno en mi tierra y siempre creí que el trabajo de los científicos que traen soluciones genuinas a los productores es mucho más valioso que de aquellos que sólo buscan imponer un producto”, explicó Juan Kiehr a Todo Provincial.
Este pequeño productor de Benito Juárez tuvo el primer contacto con Cerdá en un grupo de “Cambio Rural” que poco tiempo después se disolvió. De todos modos, el reconocido ingeniero agrónomo de la UNLP siguió trabajando en su campo porque para él también significaba una de las primeras oportunidades de aplicar esta teoría alternativa en la producción extensiva.
“De a poco nos fuimos conociendo, fuimos avanzando y nos sorprendimos mucho con los cambios. Estábamos desesperados por compartir la experiencia con alguien más porque en ese momento nos sentíamos bastante solos”, recordó Kiehr.
Con el paso de los años, y sobre todo en la última década, la agroecología fue cobrando impulso. Pero como dice el refrán “ojos que no ven, corazón que no siente”, por lo que muchos agricultores necesitaron ver de cerca una experiencia concreta para convencerse de que una producción sin agroquímicos era posible.
“Nuestra experiencia ayudó a que mucha gente se convenciera de que se puede producir sin productos químicos y que es mucho más gratificante producir alimentos en alianza con las fuerzas de la naturaleza en lugar de luchar contra ella. Esa es la gran diferencia entre ambos modelos”, sintetizó el propietario de “La Aurora”.
“Para muchos es difícil cambiar porque una vez que se encausan, el sistema los va llevando. Pero está cada vez más claro que se pude producir sin tantos insumos y sin castigar al suelo que es un organismo vivo, algo que yo no sabía a pesar de que me críe en el campo. Yo sabía las labores pero gracias a Eduardo adquirí muchos conocimientos sobre los organismos vivos que forma parte de la tierra”, subrayó el productor de Benito Juárez.
La agroecología y el problema de estar rodeado de campos fumigados
Aunque expresa satisfacción con el crecimiento del modelo agroecológico, Juan Kiehr aclaró que su campo sigue “rodeado” de pools de siembra que “nunca preguntan” antes de una realizar fumigación.
“Claro que eso me afecta, porque es imposible controlar el alcance de esos productos. Damián Marino del Conicet hizo acá un estudio respecto a la población las lombrices y comprobó que donde llegan los productos aplicados en campos vecinos se reduce notablemente la cantidad de lombrices”, graficó.
Y relató: “Acá es muy común salir a la noche y sentir un fuerte olor a herbicida que no se sabe de dónde viene, está en el aire. Una vez que largan el veneno no lo para nadie, hasta la Antártida han encontrado moléculas de glifosato. Manejar o controlar eso es imposible. Las buenas prácticas agrícolas podrán reducirlo un poco pero no son una solución. Para los programas agroecológicos esto es un problema”.
Juan Kiehr: “En agroecología no se puede manejar un campo por teléfono”
Otro problemática muy evidente respecto al modelo convencional es la expulsión de las poblaciones rurales. Al respecto, Kiehr expresó: “Quienes adoptan la agroecología viven en el campo y trabajan pensando que en algún momento pasará a mano de sus hijos, sus nietos o quien sea, y que no pueden dejar un cadáver”.
“No se puede manejar un campo agroecológico por teléfono, se requiere observar día a día factores que son trascendentes. No hay médicos que se limitan a trabajar por teléfono. La relación entre un agricultor y la tierra es primordial, es una cultura”, aseguró el productor que además destacó que este modelo genera mucha más “satisfacción personal” y demanda más empleo que el sistema convencional.
“No conozco ningún productor que haya probado la agroecología, se haya arrepentido y vuelto al sistema convencional. Puede haber algún caso pero en todos estos años me relacioné con mucha gente y todos han encontrado una gran satisfacción en esta forma de producir en alianza con la naturaleza”, remarcó.
Las malezas y los rendimientos en la agroecología
El productor de “La Aurora” explicó que cuando realiza una campaña de fina, junto a la semilla de trigo y cebada siembra una postura, tratando de que haya tréboles o leguminosas que son muy importantes para el aporte de nitrógeno. “Cuando se levanta la cosecha, queda la otra planta que está compitiendo con las malezas”, explicó.
Y agregó: “No puedo decir que mi campo está libre de malezas pero dominan las plantas que son palatables. El problema es que los fertilizantes son como una sal que se disuelve en el agua. A medida que se produce la evapotranspiración esa sal queda en la superficie del suelo donde están las raíces de los yuyos, eso ayuda a hacer más fuertes a las malezas”.
Sobre los rendimientos en La Aurora, Kiehr aseguró que están acordes a los promedios de la zona y precisó: “El año pasado la cebada dio 4 mil kilos, el trigo casi 4 mil y acabo de cosechar la moha, un pasto para el forraje en verano que me dio 2400 kilos por hectárea y que me da un ingreso muy superior al que me daría la soja”.
Y remarcó: “Yo vendo casi todo el trigo que produzco a pequeñas fábricas de harina integral para consumo humano porque ellos saben que acá no se usan agroquímicos y eso es muy apreciado”.
De todos modos, este pionero consideró que “la agroecología todavía está en pañales”, y consideró que todavía “hay mucho por avanzar”. Como ejemplo mencionó la necesidad de contar con fertilizantes que no sean de síntesis química como la roca fosfórica. “Actualmente para el productor agroecológico no está disponible porque la acapara la industria química para elaborar sus fertilizantes”, explicó.
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La Ruta Nacional N°3 fue nuevamente escenario de un siniestro fatal. Esta vez, el hecho ocurrió en el kilómetro 92, a la altura de la localidad de Abbott, dentro del partido de San Miguel del Monte, donde un camión volcó por causas que aún se encuentran bajo investigación. El conductor del vehículo falleció en el acto.
El vuelco fue tan violento que la cabina quedó completamente aplastada. Cuando los Bomberos Voluntarios llegaron al lugar, el camionero ya no tenía signos vitales. Todavía no se confirmó en qué sentido circulaba el camión al momento del accidente.
Este nuevo hecho se suma a la seguidilla de accidentes en la zona, entre ellos el choque fatal del martes pasado entre un colectivo de la empresa Cóndor Estrella y un camión, que también dejó víctimas mortales. La reiteración de estos episodios reaviva el debate sobre el estado de la Ruta 3, especialmente en el tramo comprendido entre el peaje de Cañuelas y Monte.
En ese sector, se observan graves deterioros en la calzada que complican el tránsito y aumentan el riesgo de siniestros. Incluso en los tramos que fueron recientemente asfaltados, la obra presenta deficiencias: la banquina no está terminada y falta señalización, lo que genera un desnivel peligroso para los conductores.
Horas antes del vuelco fatal, otro accidente tuvo lugar en el kilómetro 131 de la misma ruta. En este caso, un auto se despistó, provocando dos heridos que fueron trasladados al Hospital Zenón Videla Dorna. Afortunadamente, no se lamentaron víctimas fatales.
En el operativo por el vuelco del camión trabajaron los Bomberos Voluntarios de Abbott y de San Miguel del Monte, personal policial, agentes de la Agencia Nacional de Seguridad Vial y ambulancias del sistema de emergencias local.
Con el objetivo de ampliar su presencia territorial en la Provincia, el Defensor del Pueblo bonaerense inauguró la delegación del organismo en Brandsen, donde aseguró que “al Estado no hay que romperlo, hay que mejorarlo”.
Se trata de la delegación número 68, donde las y los ciudadanos del partido podrán acercar sus reclamos en temáticas sobre salud, seguridad vial, género, alquileres, salud, entre otros temas.
“En este espacio buscamos complementar el trabajo del municipio para que las personas tengan un lugar más donde reclamar. Nuestro consejo es que la gente no se quede con la bronca, que haga su reclamo, porque el enojo no conduce a nada”, indicó Lorenzino.
En esa línea, expresó que “entre todos tenemos que construir una solución a los problemas de las personas, y nadie se tiene que ir de acá sin una respuesta, porque para eso está el Estado, al que no hay que romperlo sino mejorarlo”.
En tanto, el diputado provincial, Facundo Tignanelli, quien también formó parte de la inauguración, expresó que «esta apertura es importante, sobre todo en un contexto como este, para seguir ampliando las posibilidades que tiene la ciudadanía para acceder al Estado”.
En tanto, el intendente de Brandsen, Fernando Raitelli, expresó que la nueva delegación “será una herramienta más para que las y los vecinos puedan reclamar sus derechos”.
De la inauguración de la delegación, que estará a cargo de Juan Domingo Arias y funcionará en Larrea 1047, de 8 a 14 horas, también participaron el secretario de Desarrollo Territorial, Federico Santarelli, y de Servicios Públicos de la Defensoría, Gastón Arias, la directora de Delegaciones, Daniela Leguizamón y el Jefe de Gabinete del Municipio, Gastón Ponceta.
En la decoración del hogar, muchas decisiones se toman con el corazón. Ese sillón que viste en una feria, la lámpara que heredaste, la alfombra que combina perfecto con el color de la pared. Pero en medio de esas elecciones estéticas, hay algo que suele quedar relegado: la seguridad. No la que implica blindar una puerta o instalar una alarma, sino la que se construye desde los detalles cotidianos. Esa que no se nota… hasta que algo pasa.
Organizar la casa para que sea funcional y segura no implica renunciar al estilo ni convertir el hogar en una sala de emergencias. Se trata, más bien, de pensar el espacio como un sistema que debería acompañar la vida diaria sin poner obstáculos, y que incluso puede ayudar a prevenir accidentes que son más frecuentes de lo que parece.
Los peligros invisibles del día a día
Muchas veces, lo que parece un detalle decorativo puede transformarse en un riesgo. Alfombras sueltas en pasillos o escaleras, cables que cruzan zonas de paso, muebles con puntas pronunciadas, estanterías mal fijadas: todos estos elementos forman parte de la casa, pero también de la estadística de accidentes domésticos.
El riesgo no distingue edades, aunque ciertos grupos—como niños pequeños o personas mayores—pueden estar más expuestos. Una caída, una quemadura o un golpe fuerte en casa no siempre es consecuencia de una situación extrema: basta con un resbalón, una distracción o un mal diseño del espacio.
Revisar la disposición de los objetos, elegir muebles con bordes redondeados, fijar correctamente todo lo que cuelga o evitar superficies resbaladizas en zonas húmedas son decisiones simples que pueden tener un impacto real en la prevención.
La iluminación como aliada silenciosa
Una buena distribución de la luz no solo mejora el aspecto general del ambiente, sino que también contribuye a reducir los accidentes. Zonas oscuras, pasillos mal iluminados o escaleras con sombras pueden generar tropiezos, choques o caídas.
Optar por luces cálidas en áreas de descanso y blancas en zonas de circulación ayuda a crear un equilibrio entre confort y visibilidad. También es útil incorporar sensores de movimiento en entradas, pasillos o exteriores, especialmente si se vuelve de noche o se circula con las manos ocupadas.
Cuidar enchufes, cables y sobrecargas
En una época donde la casa está llena de dispositivos, adaptadores y extensiones, el sistema eléctrico muchas veces trabaja al límite. Sobre todo en viviendas antiguas, donde la instalación no fue pensada para soportar el consumo actual.
Evitar sobrecargar enchufes, no usar múltiples regletas encadenadas, revisar el estado de los cables y desconectar lo que no se usa son gestos que, aunque pequeños, reducen el riesgo de cortocircuitos o incendios.
Si hay niños en casa, usar tapas de seguridad en los enchufes bajos y mantener cables fuera de su alcance es una medida tan básica como efectiva.
Seguridad que también es diseño
Lo funcional no tiene por qué ser feo. Existen cada vez más opciones en el mercado que combinan diseño con seguridad: desde esquineros de silicona casi invisibles hasta cerraduras inteligentes, detectores de humo estilizados o cámaras integradas con luminarias.
La clave está en integrar esas soluciones sin alterar la estética general del hogar. Incluso materiales como el vinilo antideslizante, los zócalos que ocultan cables o los muebles modulares que optimizan el espacio ayudan a evitar accidentes sin resignar estilo.
Espacios que se adaptan a quienes viven en ellos
No hay una única forma de organizar un hogar seguro, porque no hay dos hogares iguales. Lo que funciona para una pareja sin hijos puede ser inviable en una casa con niños pequeños. Lo que se adapta a una persona mayor puede resultar incómodo para alguien que trabaja desde casa y necesita movilidad constante.
Observar cómo se vive el espacio, qué hábitos se repiten, dónde se generan más roces o accidentes permite tomar decisiones con sentido. A veces es tan simple como cambiar una mesa de lugar, correr una planta que obstruye el paso o redistribuir los objetos de uso diario para evitar agacharse o subirse a una silla cada vez.
El respaldo como parte del cuidado integral
Más allá de la prevención, hay incidentes que pueden ocurrir igual. Una heladera que se quema tras una tormenta eléctrica, una pérdida de agua que inunda un mueble, una maceta que cae por el viento y lastima a un tercero. Por eso, pensar en el hogar como un sistema también implica considerar cómo se responde cuando algo falla.
Contar con un seguro de vivienda adecuado es parte de esa mirada integral. No se trata solo de proteger lo que se tiene, sino de ganar tranquilidad frente a lo que no se puede prever. Muchos seguros actuales permiten cubrir desde electrodomésticos hasta roturas accidentales o daños a terceros, e incluso ofrecen asistencia domiciliaria para resolver problemas comunes sin demoras ni sobrecostos.
Elegir una cobertura que se adapte a las características de la vivienda, a sus ocupantes y al uso que se le da no es un gasto innecesario: es una inversión en continuidad, en evitar que un imprevisto altere por completo la rutina o implique una pérdida económica difícil de afrontar.
Habitar con consciencia
La seguridad en el hogar no se reduce a cerraduras ni alarmas. También se construye en cómo se distribuyen los espacios, en qué se elige dejar al alcance, en cuánta atención se presta a lo que se instala, a lo que se enchufa, a lo que se cuelga.
Decorar, reorganizar, optimizar no es solo cuestión de estética o practicidad. También puede ser un acto de cuidado. Y en un mundo cada vez más lleno de estímulos, en casas atravesadas por múltiples usos—trabajo, descanso, juego, estudio—, pensar en la seguridad como parte de la experiencia de habitar no es exagerado: es necesario.